Pacto entre Padre e Hija - Parte 3

 


El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando Jessica se despertó, su cuerpo aún caliente por los sueños húmedos de la noche anterior. Sabía que su padre estaría esperando que cumpliera con las reglas, así que eligió cuidadosamente su atuendo para la universidad: un vestido ajustado pero discreto, de color beige, que se ceñía a sus curvas sin ser provocativo, medias negras traslúcidas y unas botas cortas que le daban un aire de inocencia perversa. "Perfecto para que papi juegue conmigo", pensó, mordiendo su labio mientras se ajustaba el corpiño, sintiendo ya la humedad entre sus piernas. 


Mientras preparaba el desayuno en la cocina, el primer zumbido del vibrador la tomó por sorpresa. Un gemido escapó de sus labios antes de que pudiera contenerlo. 


—¡Papi! —protestó entre risas nerviosas, pero el dispositivo no se detuvo. La intensidad aumentó gradualmente, y Jessica tuvo que agarrarse al borde de la mesa, los dedos aferrándose a la madera mientras las olas de placer la sacudían. 


—¡Sí, papi, así! —gritó, sin importarle que alguien pudiera escucharla. El vibrador parecia conocer su cuerpo mejor que ella misma, pulsando justo en el lugar preciso, haciéndola temblar. 


Francisco apareció en la cocina, impecablemente vestido para el trabajo, con una sonrisa de satisfacción al ver a su hija jadeando, las mejillas arreboladas y los labios entreabiertos. Se acercó a ella y, sin previo aviso, la tomó por la cintura y la besó con una pasión que le dejó sin aliento. 


—¿Cómo despertaste, mi niña? —preguntó, sus labios rozando los de ella mientras su mano jugueteaba con el control del vibrador en su bolsillo. 


—Bien… pero ahora que te veo, mejor —respondió Jessica, su voz temblorosa, sintiendo cómo el dispositivo cobraba vida de nuevo dentro de ella. 


Francisco no le dio tregua. Ajustó el vibrador a una intensidad media, suficiente para mantenerla al borde, pero sin dejarla caer. Jessica gimió, arqueándose hacia él, pero él solo retrocedió con una sonrisa burlona. 


—Vamos, que se te hace tarde para la universidad —dijo, dándole un suave golpe en las nalgas antes de dirigirse hacia la puerta. 


En el auto, el juego continuó. Francisco manejaba con una mano mientras con la otra ajustaba el control del vibrador, alternando entre intensidades bajas y altas, manteniendo a Jessica en un estado de constante excitación. 


—Papi, por favor… —suplicó ella, retorciéndose en el asiento, sus muslos apretados en un intento inútil de aliviar la tensión. 


—¿Por favor qué, mi niña? —preguntó él, fingiendo inocencia mientras subía la vibración por unos segundos, solo para bajarla de nuevo. 


—¡Déjame acabar! —gritó Jessica, sus uñas clavándose en el asiento de cuero. 


Francisco solo rió, disfrutando de su desesperación. 


—Todo a su tiempo, princesa. 


Cuando finalmente llegaron a la universidad, Jessica estaba al borde del colapso. Francisco le dio un beso en la mejilla y le susurró al oído: 


—Pórtate bien. 


Ella asintió, temblorosa, y bajó del auto. Pero justo cuando había dado unos pasos de distancia, el vibrador cobró vida a máxima potencia. Jessica cayó de rodillas, un grito ahogado escapando de sus labios mientras el orgasmo la arrasaba frente a los curiosos ojos de los transeúntes. 


Nadie se atrevió a decir nada, pero las miradas cómplices y los murmullos fueron suficientes. Cuando logró recuperarse, Jessica se levantó con dificultad, ajustándose el vestido y sonriendo para sí misma. 


"Papi sabe cómo usarme", pensó, caminando hacia su clase con un nuevo secreto entre las piernas. 


Las horas pasaban y zumbido intermitente del vibrador mantenía a Jessica en un estado de excitación constante durante sus clases. Cada vez que el dispositivo cobraba vida entre sus piernas, ella tenía que morderse el labio con fuerza para evitar que un gemido escapara de su boca. Sus compañeros no notaban nada, pero ella sentía cómo la humedad se filtraba a través de su ropa interior, empapando sus muslos con cada pulsación inesperada. "Papi no va a dejarme en paz hoy", pensó, tratando de concentrarse en la lección mientras sus dedos tamborileaban nerviosos sobre el cuaderno. 


Cuando salió al pasillo durante el receso, una de sus amigas le preguntó si estaba bien. 


—Sí, solo estoy un poco… nerviosa —mintió Jessica, sintiendo cómo otra ráfaga de vibraciones la hacía contraer los músculos internos. 


—¿Nerviosa? Pareces más bien… caliente —bromeó su amiga, sin saber cuán cerca estaba de la verdad. 


Jessica se sonrojó, pero no respondió. En lugar de eso, cruzó las piernas con fuerza, intentando contener el torrente de placer que amenazaba con desbordarse. 


Al finalizar las clases, Francisco estaba esperándola en el auto como de costumbre, pero esta vez, Jessica no estaba sola. Un joven alto, de pelo oscuro y sonrisa confiada, caminaba a su lado, hablando con animación. Francisco no dijo nada en el momento, pero sus dedos se apretaron alrededor del volante. 


Cuando Jessica finalmente subió al auto, él no pudo contenerse más. 


—¿Quién es ese? —preguntó, su voz tranquila pero cargada de una peligrosa calma. 


—Nadie, papi. Solo un pesado de mi clase —respondió ella, quitándole importancia con un movimiento de mano. 


Francisco no se conformó con eso. Encendió el auto y, mientras salían del estacionamiento, lanzó la pregunta que llevaba dentro desde que lo vio: 


—¿Te lo quieres coger, putita? 


Jessica se sobresaltó, pero respondió de inmediato. 


—No, papi, soy tuya. 


Él no apartó la mirada de la carretera, pero su mano encontró el control del vibrador en su bolsillo y lo encendió a una intensidad media. Jessica gimió, agarrando el asiento con fuerza. 


—¿Y si yo te ordenara que te lo cojas? —preguntó, esta vez con un tono más oscuro, más dominante. 


Ella lo miró, sorprendida, pero una sonrisa picarona se dibujó en sus labios. 


—Siempre haré lo que me pidas. 


Esa respuesta fue suficiente para que Francisco perdiera el poco control que le quedaba. Apretó el acelerador, llevando el auto a una velocidad peligrosa mientras el vibrador seguía zumbando entre las piernas de Jessica. 


No hubo paciencia para llegar a casa. Francisco desvió el auto hacia un camino solitario, alejado de miradas indiscretas, y estacionó bruscamente. 


—Desnúdate, mi niña —ordenó, su voz grave y llena de autoridad. 


Jessica no lo pensó dos veces. Comenzó a quitarse la ropa con movimientos lentos y sensuales, cada prenda cayendo al suelo del auto como una ofrenda. Primero el vestido, luego el corpiño, dejando al descubierto sus pechos pequeños y perfectos. Finalmente, se deshizo de las medias y la ropa interior, revelando el vibrador que aún vibraba dentro de ella. 


—Pasa atrás —ordenó Francisco, desabrochándose los pantalones con manos temblorosas de deseo. 


Jessica obedeció, deslizándose hacia el asiento trasero con la gracia de una gata en celo. Francisco la siguió, su cuerpo imponente encima del suyo en el espacio reducido del auto. 


—Ahora te haré mía para siempre —murmuró antes de capturar sus labios en un beso feroz, lleno de posesión. 


No importaba si alguien los veía. No importaba nada más que este momento, esta conexión prohibida pero irresistible. 


El espacio en el asiento trasero del auto era reducido, pero Francisco no necesitaba comodidad en ese momento. Con movimientos firmes, subió las piernas de Jessica sobre sus hombros, exponiendo completamente su intimidad. El vibrador seguía zumbando dentro de ella, manteniéndola al borde incluso antes de que él comenzara. Su miembro, grueso y erecto, presionó contra su entrada virgen, y Jessica sintió un escalofrío de anticipación mezclado con nerviosismo. 


—Por ahí no, papi… soy virgen por el culo—susurró, sus ojos negros brillando con una mezcla de miedo y excitación. 


Francisco no se detuvo. Sus labios se curvaron en una sonrisa posesiva mientras respondía: 


—Entonces yo seré el primero. 


Ella tragó saliva, sintiendo cómo la punta de su miembro comenzaba a abrirla. 


—¿Me dolerá? —preguntó, con voz temblorosa. 


—Un poco —admitió él, acariciando su muslo con una mano mientras con la otra guiaba su erección—. Pero peor sería que quedaras embarazada. 


Jessica arqueó una ceja, sorprendida por su propia audacia al responder: 


—¿Y qué tiene de malo que quede embarazada? Me gustaría hacerte abuelo. 


Francisco se detuvo por un instante, mirándola con una expresión entre la incredulidad y el humor. Luego, inclinándose, le dio un beso suave en los labios antes de explicarle con paciencia: 


—Cariño, como compartimos sangre, no podemos tener hijos. Sería peligroso. 


Ella frunció el ceño, haciendo un puchero que habría derretido a cualquier hombre. 


—Pero quiero hacerte abuelo… —insistió, con una voz tan dulce que Francisco no pudo evitar reírse. 


—Ya se nos ocurrirá algo —murmuró, antes de volver a concentrarse en la tarea pendiente. 


Con suavidad, pero sin vacilar, Francisco comenzó a empujar. Jessica sintió cómo su cuerpo se resistía al principio, la tensión de su virgen ano cediendo lentamente bajo la insistencia de su padre. Cada centímetro que avanzaba era una mezcla de dolor y placer, una sensación tan abrumadora que le hizo clavar las uñas en los hombros de él. 


—Shh, relájate, mi niña —murmuró Francisco, notando cómo su cuerpo se tensaba alrededor de él. 


Pero antes de que pudiera acomodarse por completo, el vibrador, combinado con la presión de su penetración, la llevó al borde. Un orgasmo inesperado la sacudió, haciendo que su interior se contrajera alrededor de su padre. 


—¡Papi! —gritó, arqueándose contra el asiento. 


Francisco no se detuvo. Quería estar completamente dentro de ella, y lo logró, empujando hasta el fondo mientras Jessica jadeaba, sintiendo cómo la llenaba por completo. 


—Dios… me vas a partir en dos —gimió, pero no intentó alejarse. Al contrario, sus caderas se movieron instintivamente hacia él, buscando más. 


Francisco comenzó a moverse, cada embestida más firme que la anterior. El dolor inicial de Jessica se transformó rápidamente en un placer intenso, una sensación de estar completa que sensación que nunca había experimentado. 


—¿Te gusta, putita? —preguntó él, su voz áspera por el esfuerzo. 


—Sí, papi… —respondió ella, entre jadeos. 


—Dime, ¿quién te hace sentir así? 


—Tú… solo tú. 


—¿Y de quién eres tú? 


—Tuya… solo tuya. 


Cada palabra era un latigazo de humillación y excitación, una confirmación de su sumisión absoluta. Francisco aumentó el ritmo, sus caderas chocando contra las de ella con una fuerza que hacía temblar el auto. El vibrador seguía activo, intensificando cada sensación hasta llevarla a otro orgasmo, esta vez más fuerte que el primero. 


—¡No puedo… papi, no puedo más! —gritó, sus piernas temblando alrededor de él. 


Pero Francisco no estaba listo para terminar. Con un gruñido, la tomó de las caderas y la empujó más fuerte, hasta que finalmente, con un último gemido gutural, se derrumbó sobre ella, derramándose dentro de su hija. 


Quedaron abrazados en el asiento trasero, sus cuerpos sudorosos pegados, sin importarles si alguien los veía a través de las ventanas. Jessica acariciaba el pelo de su padre, sintiendo cómo su respiración se calmaba poco a poco. 


—Nunca pensé que sería así —murmuró, casi para sí misma. 


Francisco la miró, sus ojos oscuros llenos de una mezcla de afecto y posesión. 


—Y esto es solo el principio, mi niña. 


Ella sonrió, sabiendo que era verdad. 


El calor de sus cuerpos entrelazados comenzaba a disiparse en el aire frío del auto, pero la intensidad de lo que acababan de hacer seguía latente en cada mirada, en cada respiración entrecortada. Francisco se incorporó lentamente, vistiéndose con calma mientras Jessica permanecía desnuda, su piel morena clara brillando bajo la tenue luz del interior del vehículo. Ella se movió para alcanzar su ropa, pero una orden firme la detuvo en seco. 


—No te vistas —dijo él, ajustándose el cinturón mientras la miraba con esos ojos oscuros que ya no escondían nada—. Te quiero así para el camino a casa. 


Jessica sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no fue por el frío. La idea de ser llevada desnuda, expuesta como un trofeo, la excitó más de lo que habría admitido. Asintió con la cabeza, sumisa, aunque una parte de ella se preguntaba si alguien podría verla a través de las ventanas del auto. "Pero si papi lo ordena, lo hago", pensó, acomodándose en el asiento mientras Francisco arrancaba el motor. 


El trayecto fue corto, pero cada segundo fue una tortura deliciosa para Jessica. Sentía el asiento de cuero frío contra su piel desnuda, el aire del ventilador rozando sus pezones erectos, y sobre todo, la mirada ocasional de Francisco, que recorría su cuerpo con una mezcla de orgullo y lujuria. Sin embargo, la verdadera prueba estaba por llegar. 


Cuando estacionaron frente a su casa, Francisco no apagó el motor de inmediato. En cambio, se reclinó en el asiento y, con un gesto que no admitía discusión, se bajó el cierre de sus pantalones, revelando su miembro, aún húmedo y manchado con las pruebas de su encuentro. 


—Límpiame la verga —ordenó, su voz grave pero tranquila, como si estuviera pidiendo algo tan simple como un vaso de agua. 


Jessica lo miró, y por primera vez desde que comenzó este juego, sintió un destello de vergüenza. No era solo el acto en sí, sino lo que representaba: la confirmación de que su papel ahora iba más allá de ser su hija. Era su posesión, su juguete, su puta. Pero en lugar de negarse, inclinó la cabeza hacia su regazo, sintiendo el ocho acre y salado de su propio placer mezclado con el de él. 


"Dios, esto es asqueroso… pero también excitante", pensó, mientras su lengua se deslizaba por la longitud de su padre, limpiando cada gota con una devoción que la sorprendió a ella misma. El sabor era fuerte, terroso, un recordatorio físico de lo que acababan de hacer. "Está bien que lo limpie… al fin y al cabo, yo lo ensucié", se convenció, succionando con más determinación cuando sintió que sus manos se enredaban en su cabello, guiándola. 


Francisco no dijo nada, pero sus gruñidos de aprobación eran suficientes para que Jessica supiera que lo estaba haciendo bien. Cuando finalmente llegó al climax, no fue con gritos, sino con un gemido profundo que vibró en su garganta mientras su semilla llenaba su boca. Ella tragó sin protestar, limpiando los últimos restos con un movimiento final de su lengua antes de separarse. 


—Bien, mi niña —murmuró Francisco, acariciando su mejilla con el pulgar antes de señalar hacia la casa—. Ahora, entra. 


Jessica asintió, pero cuando abrió la puerta del auto y el aire fresco de la noche tocó su piel desnuda, la realidad de la situación la golpeó con fuerza. "Alguien podría verme". El pensamiento la hizo moverse rápido, saltando del auto y corriendo hacia la puerta principal con una velocidad que no sabía que tenía. Sus pies descalzos golpeaban el pavimento frío, sus pechos pequeños rebotando con cada paso, el rubor en sus mejillas ardiendo tanto por la vergüenza como por la excitación residual. 


Francisco la observó desde el auto, su sonrisa creciendo a medida que ella desaparecía dentro de la casa. 


—Qué obediente es mi hija —murmuró para sí mismo, antes de apagar el motor y seguirla adentro, sabiendo que este era solo el comienzo de su juego perverso. 


Y Jessica, ahora en la seguridad de su hogar, pero aún desnuda y jadeante, esperaba con ansias lo que vendría después. 


 


Continuara... 

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