Pacto entre Padre e Hija - Parte 2
Francisco intentaba concentrarse en la pantalla de su computadora, pero las cifras y los informes se mezclaban en su mente con imágenes que no deberían estar allí. La suavidad de la piel de Jessica bajo sus dedos, el sonido de sus gemidos ahogados mientras bailaba para él, la forma en que su cuerpo se arqueaba involuntariamente cuando su mano rozó su nalga... cada recuerdo lo quemaba por dentro.
"Esto está mal, soy su padre", se repetía una y otra vez, pero su cuerpo no escuchaba a su moral. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a verla: sus labios entreabiertos, sus pupilas dilatadas de placer, la manera en que su ropa interior negra contrastaba con su piel morena clara. Se ajustó el pantalón incómodamente, sintiendo cómo la excitación lo traicionaba. "Dios mío, ¿en qué nos hemos convertido?" Pero incluso en medio de su culpa, una parte oscura de él anhelaba más, quería explorar cada centímetro de su hija, escuchar cada uno de sus suspiros.
El teléfono en su escritorio vibró, y por un momento su corazón se detuvo. ¿Será ella? Pero era solo un correo del trabajo. Suspiró, frustrado, y se recostó en su silla. Sus pensamientos volvieron a Jessica. ¿Estará pensando en mí también? ¿Se estará tocando ahora mismo, imaginando que son mis manos las que la recorren? La sola idea lo puso al borde.
Mientras tanto, en casa, Jessica estaba tumbada en su cama, con las sábanas revueltas a su alrededor. Su mente no podía dejar de repasar lo ocurrido: la forma en que su padre la había mirado mientras bailaba, el calor de sus manos en su cintura, la promesa no dicha que flotaba en el aire entre ellos.
Ningún hombre, ni siquiera ese albañil torpe, la había hecho sentir así. "Papi me hace sentir como una mujer", pensó, mientras sus dedos descendían por su abdomen, trazando círculos lentos cerca de donde más lo ansiaba. "Nadie me conoce como él".
Sus gemidos eran suaves al principio, apenas un susurro, pero a medida que sus dedos se movían con más determinación, sus sonidos se hicieron más fuertes. "Así, justo así", se animaba a sí misma, imaginando que eran las manos de Francisco las que la tocaban, sus labios los que besaban su cuello. Se arqueó contra las sábanas, perdida en la fantasía, hasta que el orgasmo la sacudió con una intensidad que la dejó jadeando.
Quedó allí, exhausta pero insatisfecha. "Quiero más... necesito más de él".
Ya entrada la noche, Francisco todavía estaba en su oficina, la mente nublada por el deseo. La culpa seguía allí, pero cada vez más débil, ahogada por la necesidad que crecía dentro de él. Casi sin darse cuenta, tomó su teléfono y comenzó a escribir.
"Prueba de obediencia, mi niña: Enviar fotos íntimas cuando yo lo pida."
Lo envió antes de que la razón lo detuviera.
En casa, Jessica saltó cuando su teléfono vibró. Al ver el mensaje, una sonrisa traviesa iluminó su rostro. "Por fin", pensó, sintiendo cómo el calor volvía a extenderse entre sus piernas.
—¿Qué quieres que te envíe, papi? —respondió, mordiendo su labio.
La respuesta llegó casi de inmediato.
"Quiero ver ese conjunto rojo que compramos hoy. Sin nada debajo."
Jessica no lo pensó dos veces. Se desvistió rápidamente y se puso el corpiño rojo, ajustándolo para que sus pechos pequeños pero perfectos se marcaran bajo el encaje. Luego, con cuidado, se tomó varias fotos: una de frente, mostrando su figura esbelta; otra de perfil, resaltando la curva de su cintura; y una última, más atrevida, donde se veía claramente que no llevaba nada bajo la tanga.
Las envió todas, sintiendo una mezcla de vergüenza y excitación.
"¿Así está bien, papi?"
Francisco miró las fotos con los labios secos. No había vuelta atrás.
"Perfecto, mi niña. Perfecto."
Jessica no pudo resistirse. Después de enviar las fotos que Francisco le había pedido, siguió sacándose más, capturando cada ángulo de su cuerpo esbelto envuelto en el encaje rojo. Una donde mordía su labio inferior con mirada provocativa, otra donde sus dedos jugueteaban con el borde de la tanga, insinuando lo que había debajo. Las envió todas sin que él se lo pidiera, sintiendo un escalofrío de anticipación al imaginar su reacción.
El mensaje de respuesta llegó casi de inmediato.
—Qué buena niña eres —le escribió Francisco, acompañando las palabras con un emoji de fuego que hizo que el estómago de Jessica se revolviera de excitación—. Como recompensa, te traeré un regalo especial.
Ella sonrió, mordisqueando su labio con nerviosismo y deseo. "¿Qué me traerá? ¿Joyas? ¿Lencería más fina?" Pero algo en su instinto le decía que sería algo mucho más íntimo.
Francisco salió del trabajo con paso rápido, su mente enfocada en un solo objetivo. No era la primera vez que entraba a un sex shop, pero nunca lo había hecho con esta intención. La tienda estaba discretamente iluminada, con estantes llenos de juguetes y lencería provocativa. Una vendedora, una mujer de unos treinta años con pelo teñido de rojo y una sonrisa cómplice, se acercó a él.
—Buenas tardes, ¿buscas algo en especial? —preguntó, sin juzgar, como si fuera lo más normal del mundo que un hombre de traje estuviera allí a las siete de la tarde.
Francisco tragó saliva, tratando de mantener la compostura.
—Sí, estoy buscando un vibrador… pero uno que pueda controlar a distancia —dijo, sintiendo cómo las palabras sonaban aún más perversas al decirlas en voz alta.
La vendedora asintió con complicidad.
—Ah, excelente elección. Tenemos varios modelos —respondió, guiándolo hacia una vitrina—. Este, por ejemplo, es pequeño pero potente, perfecto para principiantes. Y este otro tiene más funciones, incluso se puede sincronizar con música.
Francisco miró los modelos, pero su atención se centró en uno en particular: un vibrador de silicona suave, con mando a distancia y capacidad para ajustar la intensidad desde su teléfono.
—Este —dijo, señalándolo—. ¿Se puede usar en público sin que se note?
La mujer sonrió, como si esa pregunta no le sorprendiera en absoluto.
—Definitivamente. Es discreto y silencioso, pero potente. Si lo que buscas es darle una sorpresa a tu pareja, este es perfecto.
Francisco no corrigió el término "pareja". Pagó en efectivo, evitando dejar rastro en su tarjeta, y salió de la tienda con el juguete escondido en su maletín, el corazón latiendo con fuerza.
Jessica lo esperaba en casa, vestida con un conjunto de lencería negra que sabía que a él le volvía loco. El corpiño, ajustado, levantaba sus pechos pequeños pero firmes, y la tanga, diminuta, apenas cubría lo esencial. Cuando escuchó la puerta abrirse, contuvo la respiración.
Francisco entró, su mirada oscura y dominante recorriendo su cuerpo de arriba abajo. No dijo nada al principio, solo dejó el maletín en el sofá y se acercó a ella con paso firme.
—Ponte de rodillas —ordenó, su voz grave, sin espacio para discusión.
A Jessica se le secó la boca, pero obedeció al instante, arrodillándose frente a él. "Me encanta cuando es así… cuando toma el control", pensó, sintiendo cómo la humedad entre sus piernas aumentaba.
Francisco sonrió, satisfecho, y sacó del maletín la pequeña caja del vibrador.
—Mira lo que te traje, mi niña —dijo, mostrándoselo—. Pero antes de que lo uses… debes demostrarme que eres una buena niña.
Jessica entendió al instante. Cuando Francisco se bajó el cierre de su pantalón, su polla aún flácida quedó expuesta. Sin dudarlo, ella inclinó la cabeza y se la llevó a la boca, tragándosela con una devoción que ni ella misma sabía que tenía.
"¿Siempre fui tan puta?", se preguntó, mientras su lengua jugueteaba con la carne suave de su padre. "Tal vez… pero solo por la verga de papi".
Francisco gimió, sintiendo cómo su hija lo chupaba con una habilidad que no esperaba. Sus manos se enredaron en su cabello oscuro, guiándola con suavidad al principio, pero con más firmeza a medida que su excitación crecía.
—Así, mi niña… qué bien lo haces —murmuró, mirando cómo sus labios se estiraban alrededor de él.
Jessica no podía creer lo mucho que disfrutaba esto. La sensación de tenerlo en su boca, el sabor ligeramente salado de su piel, la manera en que sus gruñidos de placer vibraban en su garganta… todo era perfecto.
Y cuando finalmente Francisco comenzó a endurecerse entre sus labios, supo que el juego apenas comenzaba.
Jessica no solo chupaba, sino que adoraba cada centímetro de su padre con una devoción que la sorprendía incluso a ella misma. Sus labios, carnosos y húmedos, se deslizaban por la longitud de su verga con movimientos expertos, alternando entre succiones profundas y lamidas lentas desde la base hasta la punta. La lengua, ágil y curiosa, exploraba cada detalle—el surco sensible bajo el glande, las venas que latían bajo su piel—mientras sus manos acariciaban sus musculosos muslos.
—Mi niña… le encanta mi verga, ¿verdad? —gruñó Francisco, los dedos enredándose en su cabello oscuro para guiarla con más firmeza.
Jessica respondió sin palabras, bajando aún más para tomar sus testículos en la boca, chupándolos con delicadeza mientras sus ojos negros, llenos de adoración, se clavaban en los de él. Cuando finalmente los liberó, dejó escapar un jadeo húmedo antes de murmurar:
—Me encanta… estoy hecha para ti, papi.
Sus palabras hicieron que Francisco sintiera un escalofrío de posesión. Ya no había espacio para el remordimiento, solo para el placer puro y la extraña certeza de que esto era lo que ambos siempre habían deseado sin atreverse a admitirlo. Sus manos, grandes y calientes, se posaron sobre los pequeños pero perfectos pechos de Jessica, masajeándolos con dedos expertos, sintiendo cómo los pezones se endurecían bajo el encaje negro.
"Dios mío… es la mejor puta que he tenido", pensó, maravillado por cómo su hija respondía a cada toque, cada orden.
Jessica no se apresuraba. Sabía que su padre disfrutaba de cada segundo, y ella quería darle todo. Con una mano, acarició la base de su verga mientras con la otra jugueteaba con sus propios pechos, siguiendo el ritmo que él le marcaba. Su boca, siempre ocupada, se movía con determinación—succionando, lamiendo, tragando—hasta que Francisco no pudo aguantar más.
—Voy a terminar, mi niña —advirtió, la voz ronca por el deseo.
Ella no se detuvo. En cambio, aceleró, sabiendo exactamente lo que él quería.
El climax lo golpeó con fuerza. Con un gruñido gutural, Francisco eyaculó sobre su rostro, manchando sus mejillas, su barbilla, incluso pegándose algunos hilos blancos en sus largas pestañas. Jessica mantuvo los ojos abiertos, mirándolo con sumisión absoluta mientras su semen cálido goteaba por su piel.
—Quédate así… no te muevas —ordenó él, jadeando, mientras buscaba su teléfono con manos temblorosas.
—Sí, papi —susurró ella, obedientemente inmóvil, sintiendo cómo el líquido pegajoso comenzaba a enfriarse en su piel.
Francisco no pudo resistirse. Tomó foto tras foto, capturando cada ángulo de su hija deshecha, su rostro manchado, sus labios entreabiertos, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de vergüenza y excitación.
"Me siento tan sucia… pero me encanta", pensó Jessica, conteniendo un gemido al ver la manera en que su padre la observaba, como si fuera un tesoro que acabara de descubrir. "Complacerlo… eso es todo lo que quiero".
Cuando Francisco terminó, guardó el teléfono y le acarició la mejilla con el pulgar, esparciendo aún más su semen sobre su piel.
—No te muevas hasta que te dé otra orden —dijo antes de dirigirse al baño, dejándola arrodillada en el centro de la habitación.
Jessica obedeció, sintiendo una felicidad extraña y profunda. Nunca se había sentido tan completa, tan necesaria. Y lo que más deseaba en ese momento era que su padre regresara… y le pidiera más.
El agua caliente del baño había relajado los músculos de Francisco, pero no la tensión que llevaba dentro. Al salir del vapor del cuarto de baño, con una toalla anudada en la cintura, sus ojos se encontraron con la figura arrodillada de Jessica, exactamente donde la había dejado. La escena lo detuvo en seco. Su hija, obediente hasta el final, con la lencería negra resaltando cada curva de su cuerpo joven, esperando sus órdenes como si el tiempo no hubiera pasado.
—¿Quieres que esto continúe? —preguntó, su voz más grave de lo habitual, cargada de una autoridad que no necesitaba levantar el tono.
Jessica alzó la mirada, sus ojos negros brillando con una mezcla de sumisión y deseo. No hubo vacilación en su respuesta.
—Sí, papi… quiero más.
Francisco sintió cómo el aire se espesaba entre ellos. No era solo lujuria lo que lo movía ahora, sino algo más profundo, más oscuro. El control absoluto sobre ella, la devoción en sus ojos, la manera en que su cuerpo respondía a cada una de sus palabras… era intoxicante. Se acercó, pasando los dedos por su cabello liso y oscuro antes de agarrarlo con suavidad, obligándola a mantener la mirada en él.
—Desde hoy tendremos reglas —dijo, cada palabra deliberada, como un juez dictando sentencia—. Primero: usarás siempre mi regalo. —Sostuvo el vibrador frente a ella, haciéndole recordar el juguete que había comprado para dominarla incluso cuando no estuviera físicamente presente—. Segundo: debes entender que no quiero solo una zorra. Quiero una mujer.
Jessica tragó saliva, sintiendo cómo sus palabras la encendían aún más. "Él no solo quiere usarme… quiere poseerme por completo", pensó, y la idea la hizo estremecer.
—Si estás de acuerdo, di: "Soy tu niña consentida".
Ella no dudó ni un segundo.
—Soy tu niña consentida… para siempre.
La sonrisa que dibujó Francisco fue casi paternal, si no fuera por el fuego depredador en sus ojos.
—Bien. Ahora ve a bañarte, que ya es tarde. Mañana tienes universidad.
Jessica se levantó con las piernas temblorosas, la excitación aun palpitando entre sus muslos. "No he terminado… pero él no me ha dado permiso", pensó, mordiendo su labio. La frustración era dulce, casi tan deliciosa como la obediencia.
El chorro caliente de la ducha cayó sobre el cuerpo de Jessica, arrastrando la tensión acumulada pero no el deseo. Sus manos se deslizaron por su piel morena clara, deteniéndose en sus pechos pequeños, imaginando que eran los dedos de Francisco los que la tocaban. "Nunca me había sentido así con nadie", admitió para sí misma, recordando los pocos amantes que había tenido antes.
El albañil torpe que apenas sabía mover sus manos, el novio del colegio que solo pensaba en su propio placer… ninguno se comparaba. "Francisco es un hombre de verdad", murmuró entre dientes, dejando que el agua le escondiera el rubor de sus mejillas.
Mientras el jabón resbalaba por su vientre, sus dedos bajaron instintivamente, rozando el lugar que ardía por atención. Pero se detuvo. "No… no sin su permiso". La idea de esperar, de someterse incluso en su soledad, la excitó más de lo que habría imaginado.
Mientras tanto, Francisco se quedó de pie frente al espejo. Su reflejo lo miraba con ojos que ya no eran solo los de un padre, sino los de un hombre que había cruzado un límite del que no había vuelta atrás.
"¿Qué demonios estoy haciendo?", se preguntó por un instante. Pero entonces recordó la imagen de Jessica de rodillas, sus labios alrededor de él, la manera en que había susurrado "para siempre"… y supo que no había arrepentimiento que valiera la pena.
Ajustó la toalla alrededor de su cintura, sintiendo cómo su cuerpo respondía solo de pensarlo. Mañana sería otro día, con nuevas reglas, nuevos juegos. Pero por ahora, el placer de la espera era suficiente.
Jessica salió del baño envuelta en una nube de vapor, su piel brillante y su cabello húmedo. Al cruzarse con él en el pasillo, bajó la mirada, sumisa pero con una sonrisa que solo él entendió.
—Buenas noches, papi —murmuró, deslizándose hacia su habitación como un espectro tentador.
—Buenas noches, mi niña —respondió él, viéndola alejarse.
El juego había comenzado. Y ninguno de los dos quería parar.
Continuara...

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