El Feo que me Dominó - Parte 2

 

La Transformación


El sol apenas comenzaba a filtrarse entre las cortinas cuando Ángela abrió los ojos, sintiendo cada músculo de su cuerpo protestar con un dolor dulce y punzante. La noche anterior había dejado marcas no solo en su piel, sino en su orgullo. Se sentó en la cama, las sábanas cayéndole alrededor de la cintura, y se pasó una mano por el pelo revuelto, tratando de ordenar tanto sus mechones como sus pensamientos. 


"¿En qué estaba pensando?" 


Pero no importaba cuánto se repitiera esa pregunta, la respuesta seguía siendo la misma: no había estado pensando. Solo había actuado, movida por la rabia, por el despecho, por esa necesidad enfermiza de probar que todavía podía ser deseada. Y ahora, aquí estaba, con el recuerdo de las manos de Jordan grabadas a fuego en su memoria. 


Se levantó y se dirigió al baño, evitando mirarse demasiado en el espejo. No quería ver las marcas que él le había dejado, aunque una parte de ella, oscura y retorcida, deseaba encontrarlas. 


Después de una ducha larga, en la que el agua caliente no logró borrar la sensación de su piel, eligió su atuendo con más cuidado del que estaba dispuesta a admitir. Unos jeans ajustados, de esos que moldeaban sus caderas estrechas y acentuaban el ligero arco de su espalda baja. Una blusa negra de escote pronunciado, lo suficiente como para ser provocativa sin cruzar esa línea invisible que separaba lo sensual de lo vulgar. Y encima, una chaqueta de cuero delgada, abierta, que agregaba un aire de rebeldía que no se correspondía con el torbellino de emociones que llevaba dentro. 


"Quiero sentirme linda. No por él, por mí." 


Pero era mentira, y lo sabía. 


Mientras caminaba hacia la universidad, los tacones de sus botas cortas repiqueteando contra la acera, no podía sacarse a Jordan de la cabeza. Cada paso le recordaba la forma en que la había dominado, la manera en que la había hecho sentir pequeña y poderosa al mismo tiempo. 


—¿Cómo se atreve a cogerme de esa forma? —murmuró entre dientes, ajustando el bolso sobre su hombro—. Es un idiota. ¿No se da cuenta de que tuvo suerte de pasar un rato conmigo? 


Pero por más que repetía esas palabras, no lograba convencerse a sí misma. Porque si algo había quedado claro anoche, era que Jordan no había tenido suerte. Él había tomado lo que quería, cuando quería, y ella se lo había permitido. 


Al acercarse a la universidad, vio a Jordan parado cerca de la entrada, rodeado de unos amigos. Él estaba riendo, relajado, como si la noche anterior no hubiera significado nada. 


"Que no se crea que lo voy a saludar." 


Con la cabeza alta, pasó a su lado sin siquiera mirarlo, fingiendo que no existía. Pero lo que más la enfureció fue que él tampoco la saludó. Ni una sonrisa, ni un gesto, ni siquiera una mirada de reconocimiento. Nada. 


Como si ella no valiera la pena. 


El resto del día fue una tortura. Lo vio en el pasillo, hablando con un profesor, y él actuó como si no la hubiera visto. Lo cruzó en la cafetería, donde él estaba comprando un café, y ni siquiera alzó la vista cuando ella pasó rozándole el hombro. 


—¿De verdad me está ignorando? —pensó, clavando las uñas en las palmas de sus manos—. ¿Él? ¿El que debería estar rogando por otra noche conmigo? 


Cada vez que lo veía, su estómago se retorcía en una mezcla de rabia y algo más, algo que no quería nombrar. Porque por más que se repitiera que Jordan era feo, que no merecía su atención, que había tenido suerte, no podía evitar recordar la forma en que la había hecho sentir. 


"Además, le di algo que a nadie le había dado." 


Ese pensamiento la persiguió hasta el final de las clases. 


Cuando salió de la universidad, el sol ya comenzaba a caer, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Jordan estaba ahí, solo, apoyado contra un árbol, como si la estuviera esperando. 


Ángela respiró hondo y avanzó hacia él, decidida. 


—¿Por qué no saludas, idiota? —le espetó, cruzando los brazos sobre el pecho. 


Jordan la miró de arriba abajo, lentamente, como si estuviera evaluando cada centímetro de su cuerpo. Luego, sin decir una palabra, sacó un pequeño paquete envuelto en papel de regalo de su bolsillo y se lo extendió. 


—Mañana tráelo puesto —dijo, su voz firme, sin espacio para discusiones—. Si lo traes, seguimos la conversación. 


Antes de que ella pudiera responder, él se dio la vuelta y se alejó, dejándola con el paquete en la mano y la boca semiabierta. 


—Pelotudo —murmuró entre dientes, apretando el paquete con fuerza. 


Pero por supuesto, la curiosidad pudo más que ella. 


Tan pronto como llegó a su casa, arrancó el papel con manos temblorosas. 


Y ahí estaba. 


Un pequeño plug anal, negro, discreto, pero inconfundible en su propósito. 


Ángela lo sostuvo frente a sus ojos, sintiendo cómo el rubor le subía por las mejillas. 


—¿De verdad piensa que voy a usar esto? 


Ángela lanzó el plug anal sobre el sofá con un gesto de desprecio, como si con ese simple movimiento pudiera borrar todo lo que había sucedido entre ellos. 


—¡Ni loca lo uso! —declaró en voz alta, como si necesitara escucharse a sí misma para creerlo. 


Pero el pequeño objeto negro seguía allí, descarado, desafiante, brillando levemente bajo la luz de la lámpara. Durante horas, mientras intentaba concentrarse en sus apuntes de Derecho Penal, mientras cocinaba una cena solitaria, incluso cuando se movía por el living como si buscara algo que no era más que una excusa para pasar cerca del sofá, sentía su presencia. Como si la llamara. 


"Es ridículo. No soy ese tipo de mujer." 


Pero al día siguiente, apenas abrió los ojos, antes incluso de estirarse o de pensar en el café de la mañana, lo primero que cruzó por su mente fue el plug. 


Se levantó de la cama, sintiendo el roce de las sábanas contra su piel desnuda, y se detuvo frente al sofá. Allí seguía, inofensivo y a la vez peligrosamente tentador. Lo tomó con dedos que apenas temblaban, examinándolo como si fuera un artefacto prohibido. 


"Jordan me lo metió sin problemas… esto debe entrar." 


La lógica era absurda, pero en ese momento, bajo la luz del amanecer que filtraba por su ventana, le pareció razón suficiente. 


Se dirigió a su habitación, todavía en ropa interior, y después de un momento de vacilación, se lo colocó. No hubo dolor, solo una presión extraña, invasiva… y luego, una sensación de placer que la hizo contener el aire. 


"¿Por qué esto se siente tan bien?" 


Se vistió rápido, eligiendo un atuendo discreto pero lo suficientemente provocativo como para saber que Jordan lo notaría: una falda corta de mezclilla que se movía con cada paso, una blusa ajustada y un suéter ligero que dejaba entrever el contorno de su sostén. 


Mientras caminaba hacia la universidad, cada movimiento le recordaba el objeto que llevaba dentro. Era como si Jordan la controlara a distancia, como si sus dedos invisibles la estuvieran tocando sin siquiera estar allí. 


"Esto es humillante. ¿Por qué me excita tanto?" 


La rabia contra sí misma crecía con cada paso, pero también algo más, algo que no quería reconocer. 


En el pasillo de la universidad, lo vio. Jordan estaba allí, apoyado contra un locker, hablando con alguien que ella ni siquiera registró. Sin pensarlo, se acercó, decidida. 


—Quiero hablar —dijo, con una voz que sonó más firme de lo que esperaba. 


Jordan la miró de arriba abajo, como si ya supiera exactamente por qué estaba allí. 


—¿Lo estás usando? —preguntó, sin preámbulos. 


Ángela sintió cómo el rubor le quemaba las mejillas, pero asintió. 


—Sí. 


Fue entonces cuando Jordan, sin importarle quién pudiera estar mirando, deslizó su mano bajo su falda. Ella contuvo un grito, paralizada entre el shock y el miedo a que alguien los viera. 


"Si grito, todos sabrán… todos verán cómo me dejo tocar por él." 


Pero no gritó. Permaneció quieta, sintiendo cómo sus dedos gruesos exploraban, confirmando que había obedecido. El plug, ahora bajo su tacto, se movió levemente, y una oleada de placer la recorrió. 


—Buena puta —murmuró Jordan, con una voz que hacía que sus palabras sonaran tanto a insulto como a halago. 


Ángela quiso insultarlo, decirle que no tenía derecho, pero antes de que pudiera reaccionar, él le agarró la muñeca con fuerza y la arrastró hacia un salón vacío. 


La puerta se cerró con un golpe seco, y Jordan, sin soltarla, le ordenó: 


—Chúpame la verga. 


"¿Quién se cree este idiota para tratarme así?" 


Pero en lugar de escupirle, en lugar de abofetearlo como se merecía, su mente traicionera le recordó la noche anterior, la forma en que Jordan la había hecho sentir, el placer que le había dado. 


Y casi sin pensarlo, se arrodilló. 


El suelo frío contra sus rodillas, las manos temblorosas desabrochando su cinturón, la mirada de Jordan desde arriba, satisfecha, como si siempre hubiera sabido que terminaría así. 


Y lo peor de todo era que, en ese momento, con el plug todavía dentro de ella y la humillación ardiendo en su piel, Ángela no podía negar que esto era exactamente lo que quería. 


"¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué estoy haciendo esto?" 


Pero las preguntas se desvanecieron en el momento en que su boca se cerró alrededor de él. El sabor salado, la textura cálida y viva bajo sus labios, la manera en que Jordan gruñó al sentir su lengua explorando la cabeza… todo la inundó con una excitación que no podía controlar. 


Y mientras succionaba, mientras sus manos se aferraban a sus caderas para mantener el ritmo, no podía evitar mirar hacia arriba, estudiando las características de Jordan con una mezcla de repulsión y fascinación. 


Su rostro no era el de un príncipe azul. Tenía la nariz un poco demasiado ancha, la mandíbula cubierta por una sombra de vello que nunca parecía afeitado del todo, los labios gruesos y húmedos que ahora se separaban en una mueca de placer. Sus anteojos, empañados por el calor del momento, se le habían deslizado hacia la punta de la nariz, dándole un aire casi cómico. Y su cuerpo… no era el de un atleta. Tenía rollos suaves en el vientre, una contextura regordeta que delataba su amor por la comida rápida y las noches frente a la computadora. 


"Es feo. Debería darme asco. Entonces… ¿por qué no puedo parar?" 


Jordan pareció leer su mente. Con un movimiento brusco, agarró su cabeza y la empujó hacia adelante, obligándola a tragar más. 


—Así, puta —gruñó, mientras ella ahogaba un gemido—. Así es como te gusta, ¿no? 


Ángela quería negarlo. Quería levantarse y escupirle, decirle que no se creyera nada, que ella solo estaba usando su cuerpo para olvidar. Pero en lugar de eso, sus ojos se llenaron de lágrimas mientras asentía, mientras dejaba que él usara su garganta como quisiera. 


Jordan no fue gentil. Le azotó el miembro contra la cara una y otra vez, dejando marcas rojas en sus mejillas, manchando su piel con saliva y precum. Cada golpe, cada insulto, cada vez que la llamaba "zorra" o "perra", solo hacía que el fuego en su vientre creciera más. 


—Te encanta ser tratada como la guarra que eres —murmuró Jordan, enredando los dedos en su cabello castaño y tirando con fuerza—. ¿Verdad? 


Ángela no pudo responder, pero su cuerpo lo hizo por ella. Un escalofrío la recorrió cuando Jordan, con un último empujón, llegó al clímax, llenando su boca con un sabor amargo que la obligó a tragar con dificultad. 


Lo más extraño fue que ella también acabó. Sin tocarse, sin siquiera rozarse, solo por la humillación, por la sumisión, por la forma en que Jordan la había reducido a nada más que un juguete. 


Cuando terminó, Jordan se apartó, abrochándose el cinturón con calma, como si lo que acababa de pasar no hubiera sido nada extraordinario. 


Ángela, todavía de rodillas, con las piernas temblorosas y la boca adolorida, lo miró con una mezcla de incredulidad y necesidad. 


—¿No… no me vas a coger? —preguntó, su voz apenas un susurro ronco. 


Jordan se inclinó, le tomó la barbilla entre sus dedos y la obligó a mirarlo a los ojos. 


—Fuiste una putita rebelde hoy —dijo, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Si te portas bien mañana, tendrás tu premio. 


Y con eso, se fue, dejándola en el suelo, con las piernas débiles y la mente nublada. 


El camino a casa fue un torbellino de emociones contradictorias. Estaba furiosa. Furiosa por cómo la había tratado, furiosa por cómo él asumió que tenía derecho a mandarla, furiosa consigo misma por haber obedecido. 


Pero, sobre todo, furiosa porque ya estaba deseando el día siguiente. 


Justo cuando entraba a su departamento, su teléfono vibró. Un mensaje de Jordan. 


—Ya no piensas en tu ex ¿verdad? 


Ángela leyó las palabras una, dos, tres veces. Y entonces, como si un velo se hubiera levantado, se dio cuenta de que era verdad. 


Lucas ya no importaba. 


Y esa revelación fue más aterradora que cualquier cosa que Jordan le hubiera hecho 


Continuara... 

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