El Feo que me Dominó - Parte 1
Un clavo saca a otro clavo
El reloj marcaba las seis de la tarde cuando Ángela cerró su laptop con un suspiro que apenas logró contener. La oficina del bufete de abogados donde trabajaba medio tiempo estaba casi vacía, solo el murmullo lejano de algún compañero rezagado y el zumbido tenue de las luces fluorescentes acompañaban su salida. Se levantó de su silla, estirando levemente la espalda, sintiendo el cansancio acumulado de horas frente a pantallas y documentos legales. Su atuendo de ese día era impecable, como siempre: un vestido negro ajustado que caía justo por encima de las rodillas, resaltando la elegancia de su figura esbelta. Las mangas largas y ceñidas terminaban en puños delicados, y el escote, discreto pero sugerente, dejaba entrever el contorno de sus clavículas. Los tacones negros de punta fina clickeaban contra el piso de mármol mientras caminaba, añadiendo un ritmo preciso a sus pasos.
—Buenas noches, señorita López —dijo el guardia de seguridad al verla pasar.
—Buenas noches, Ramón —respondió con una sonrisa automática, aunque sus ojos oscuros, profundos como pozos sin fondo, delataban una ausencia de verdadera alegría.
Afuera, el aire fresco de la tarde la recibió, pero no logró aliviar el peso que llevaba en el pecho. Hacía exactamente un mes desde que su vida había dado un vuelco. Lucas, su novio desde la adolescencia, el hombre con quien había imaginado una futura boda, hijos, una casa juntos, la había traicionado con su mejor amiga. Y no solo eso: ahora ellos eran una pareja, felices, sin remordimientos, mientras ella se hundía en una soledad que nunca antes había conocido.
"Quizás debería haberme dado cuenta antes", pensó, ajustando el bolso de piel sobre su hombro. "Todos esos mensajes que borraba, las salidas repentinas... Pero no, yo confiaba. Como una estúpida."
Caminó sin rumbo fijo por un momento, perdida en sus pensamientos, hasta que el sonido del tráfico la devolvió a la realidad. Tenía que llegar a la universidad; las clases de Derecho Penal empezaban en menos de una hora. Se apresuró hacia el metro, mezclándose con la multitud anónima que iba y venía como un río humano.
En el vagón, rodeada de extraños, se permitió cerrar los ojos por un instante. La imagen de Lucas y Valeria riéndose, tomados de la mano, apareció de inmediato detrás de sus párpados. Un escalofrío de rabia la recorrió.
"Necesito olvidar. Necesito sentir algo que no sea este dolor."
Al llegar a su parada, se dirigió a los baños de la estación para cambiarse. El vestido de oficina fue reemplazado por unos jeans ajustados y una blusa blanca sencilla, holgada pero que, al moverse, revelaba fugaces destellos de su cintura delgada. Su cabello castaño, antes recogido en un moño pulcro, ahora caía en ondas sueltas sobre sus hombros, como si liberarse del trabajo también significara liberarse de alguna restricción invisible.
La universidad pública donde estudiaba era un edificio antiguo, con pasillos amplios y paredes cubiertas de grafitis y carteles de protestas pasadas. Caminó entre grupos de estudiantes, algunos riendo, otros discutiendo temas académicos con pasión. Ella solía ser así, llena de sueños, de ideales. Ahora solo sentía un vacío.
Y entonces lo vio.
Jordan Thompson estaba apoyado contra una pared, hojeando un libro grueso con dedos regordetes. Su rostro redondo, enmarcado por anteojos grandes que parecían comerse sus facciones, estaba concentrado en la lectura. Llevaba una camisa a cuadros mal abotonada y jeans que claramente habían sido elegidos por comodidad, no por estilo. No era atractivo. Ni siquiera cercano a lo que ella solía considerar atractivo.
"Él se me declaró tres veces", recordó con amargura. "Y las tres veces lo rechacé. Demasiado tímido, demasiado... ordinario."
Pero ahora, al verlo, algo dentro de ella se agitó. No era deseo. No podía serlo. Era algo más oscuro, más urgente.
—Jordan —llamó, acercándose con determinación.
Él alzó la vista, sorprendido, y sus mejillas se sonrojaron al instante.
—¡Á-Angela! Hola, no te había visto... —balbuceó, ajustando sus anteojos como si eso lo ayudara a enfocar mejor la realidad.
Ella no le dio tiempo de seguir hablando. Con una frialdad que ni ella misma esperaba, dijo:
—Esta noche te espero en mi casa.
Jordan parpadeó, confundido.
—¿Q-Qué?
—Dije que vengas. A las nueve. No llegues tarde.
Antes de que pudiera responder, ella ya se alejaba, sintiendo cómo su corazón latía con una mezcla de vergüenza y satisfacción.
"Esto es lo que necesito. Alguien que no importe. Alguien que no pueda herirme."
Jordan seguía inmóvil, mirándola alejarse, sin entender qué acababa de pasar. Pero una cosa era segura: esa noche, por primera vez en su vida, estaría en el departamento de Ángela López.
Y ella, por primera vez en mucho tiempo, no estaría sola.
El timbre sonó con un chirrido agudo, casi tímido, como si dudara de su propio derecho a perturbar el silencio del departamento. Ángela, que había estado sentada en el sofá con un vaso de vino a medio consumir, alzó la mirada hacia la puerta. Sabía quién era. Lo había invitado, después de todo. Pero ahora, con el sonido del timbre resonando en sus oídos, una duda repentina la asaltó.
"¿Qué estoy haciendo? Esto no es yo."
Sin embargo, se levantó, sintiendo cómo el alcohol le calentaba levemente las venas, dándole ese valor artificial que tanto necesitaba en ese momento. Cruzó la sala con pasos firmes, sus pies descalzos apenas rozando el suelo de madera. Al abrir la puerta, allí estaba él: Jordan Thompson, con su camisa arrugada, sus anteojos empañados por el nerviosismo y sus manos enguantadas en un sudor frío que parecía brotar de cada poro de su piel.
—Entra —dijo ella, sin preámbulos, apartándose apenas lo suficiente para dejarlo pasar.
Jordan tragó saliva, sus ojos recorriendo el cuerpo de Ángela con una mezcla de deseo y temor reverencial. Ella llevaba un vestido corto de seda negra, uno que había elegido con la intención clara de provocar, de demostrarle al mundo—o al menos a sí misma—que todavía podía ser deseada. La tela se adhería a sus curvas como una segunda piel, revelando el contorno de sus caderas estrechas, el arco suave de su vientre, la línea delicada de su clavícula.
—Ángela, yo... no sé por qué me llamaste, pero—
—Cállate —lo interrumpió ella, cerrando la puerta con un golpe seco—. No quiero hablar.
Jordan se quedó inmóvil, sintiendo cómo el aire a su alrededor se espesaba, cargado de una tensión que nunca antes había experimentado. Ángela, sin perder un segundo, llevó sus manos a los tirantes del vestido y los deslizó por sus hombros con un movimiento fluido. La tela cayó a sus pies como una sombra derrotada, dejando al descubierto su cuerpo desnudo, pálido bajo la luz tenue de la lámpara.
Jordan contuvo el aire.
Era la primera vez que veía a una mujer así bella, el había disfrutado de muchas mujeres a pesar de su aspecto. Pero no era cualquier mujer: era Ángela López, la chica que siempre había estado fuera de su alcance, la que nunca lo había mirado dos veces. Y ahora estaba allí, desnuda frente a él, con esa piel suave como mármol pulido, esos pechos pequeños pero perfectamente redondos, las caderas estrechas que se curvaban hacia muslos firmes.
Pero entonces, algo inesperado sucedió.
—No —dijo Jordan, con una voz que no reconocía como propia—. Así no.
Ángela parpadeó, confundida.
—¿Qué?
Jordan no respondió con palabras. En un movimiento rápido, casi violento, cerró la distancia entre ellos y agarró a Ángela por el cuello, no con fuerza suficiente para lastimarla, pero sí para dominarla. Sus dedos regordetes, que ella siempre había asociado con torpeza, se cerraron alrededor de su garganta con una seguridad que la dejó sin aliento.
—Jor—
—Shhh —susurró él, acercando su boca a su oído—. Tú querías olvidar, ¿no? Pues déjame mostrarte cómo.
Antes de que pudiera reaccionar, Jordan la empujó hacia atrás, guiándola hasta la mesa del comedor. El borde de madera fría le golpeó la espalda, pero el dolor se mezcló con una extraña excitación que nunca antes había sentido. Jordan no era Lucas. No era el tipo de hombre que ella solía desear. Pero en ese momento, con sus manos gruesas recorriendo su cuerpo, con sus ojos oscuros detrás de esos anteojos observándola como si fuera un trofeo, Ángela sintió algo nuevo.
Jordan deslizó una mano por su cuello, bajando lentamente, trazando el contorno de sus clavículas, luego el valle entre sus pechos. Sus dedos no titubeaban; sabían exactamente lo que hacían.
"¿Desde cuándo Jordan sabe tocar a una mujer así?"
Él parecía leer sus pensamientos.
—Sé lo que hago, Ángela —murmuró, mientras su otra mano seguía en su cuello, manteniéndola en su lugar—. Y sé lo que necesitas.
Su palma se deslizó por su estómago, luego más abajo, hasta el vello suave que cubría su sexo. Ángela contuvo un gemido, pero Jordan no se detuvo. Con un empujón suave pero firme, la obligó a recostarse sobre la mesa, sus piernas colgando a los costados.
—Nunca te han tomado así, ¿verdad? —preguntó, mientras su boca descendía, dejando un rastro de besos húmedos por su abdomen—. Nunca te han hecho sentir que no tienes el control.
Ángela no respondió. No podía. Porque era verdad.
Jordan bajó aún más, hasta que su aliento caliente rozó la piel más sensible de su cuerpo.
—Déjame enseñarte lo que has estado perdiendo.
Y entonces, su boca se cerró sobre ella.
Ángela gritó.
Nadie la había tocado así. Lucas siempre había sido cuidadoso, casi tímido. Pero Jordan no pedía permiso. No había ternura en sus movimientos, solo hambre, solo dominio.
Y a Ángela, contra toda lógica, le encantó.
Sus manos se aferraron al borde de la mesa, los nudillos blanqueando por la fuerza con la que se aferraba. Cada movimiento de la lengua de Jordan la llevaba más cerca del borde, cada succión la hacía gemir más fuerte.
"Esto no debería gustarme... pero Dios, no quiero que pare."
Jordan la miraba desde abajo, sus ojos brillando detrás de los anteojos, disfrutando cada sonido que le arrancaba. Sabía exactamente lo que hacía. Y por primera vez en su vida, Ángela entendió que quizás, solo quizás, había subestimado a Jordan Thompson.
Y esa revelación fue casi tan excitante como su boca entre sus piernas.
Los gemidos de Ángela resonaban en el apartamento, ahogados solo por el sonido de su propia respiración entrecortada. Cada movimiento de la boca de Jordan entre sus piernas la llevaba más cerca del borde, un precipicio de placer que nunca antes había sentido con tanta intensidad. Sus dedos se aferraban a la mesa, las uñas clavándose levemente en la madera pulida, como si temiera caerse si soltaba su frágil punto de apoyo. El calor se acumulaba en su vientre, una presión dulce y urgente que crecía con cada segundo.
—J-Jordan... —logró articular entre jadeos, su voz temblorosa, casi rota—. Voy a...
Pero justo cuando el éxtasis estaba a punto de envolverla, Jordan se detuvo.
Ángela abrió los ojos, desorientada, su cuerpo aún tenso por la repentina ausencia de contacto.
—¿Qué haces? —preguntó, desesperada, su voz un susurro ronco.
Jordan se enderezó lentamente, sus labios brillantes por la humedad de su piel. Con un movimiento rápido pero calculado, le dio una pequeña nalgada, lo suficiente para que el sonido crujiente resonara en la habitación.
—Acá mando yo —dijo, con una voz que ya no tenía rastro de timidez—. Y yo digo cuándo acabas.
Ángela sintió un escalofrío recorrerle la columna. Nunca nadie le había hablado así. Nunca nadie se había atrevido.
—Pero yo... —intentó protestar, aunque las palabras murieron en sus labios cuando Jordan, con una fuerza que no le hubiera creído capaz, levantó sus piernas y las colocó sobre sus hombros.
La nueva posición la dejó completamente expuesta, vulnerable, y por primera vez esa noche, un destello de nerviosismo cruzó por su mente.
"¿Qué está haciendo?"
Jordan no le dio tiempo de pensar. Con un movimiento deliberado, sacó su miembro, ya duro y palpitante, y lo posicionó en un lugar que hizo que Ángela contuviera el aire.
—Espera— —logró decir, aunque su voz sonó más como un susurro que como una orden—. Nunca me lo hicieron por ahí.
Jordan la miró, sus ojos oscuros brillando detrás de los anteojos, ahora empañados por el calor de los cuerpos.
—Lucas nunca te pidió el culo, ¿verdad? —preguntó, como si ya supiera la respuesta—. Porque él era un idiota.
Ángela no tuvo tiempo de responder. Jordan empujó, lento pero firme, y ella sintió cómo su cuerpo se ajustaba a una sensación completamente nueva. No era dolor, no exactamente, pero sí una presión intensa, un estiramiento que la hizo arquearse levemente.
—Relájate —murmuró Jordan, con una voz que ahora sonaba sorprendentemente suave, casi protectora—. Déjame enseñarte lo que es el verdadero placer.
Y entonces, con una paciencia que contrastaba con la dominación de momentos antes, comenzó a moverse.
Ángela cerró los ojos, sintiendo cada centímetro, cada empuje calculado. Lo extraño era que, a pesar de la situación, a pesar de que Jordan nunca le había parecido atractivo, su cuerpo respondía de una manera que no podía controlar.
"¿Por qué esto me excita tanto?"
Jordan parecía leer su mente.
—Porque nunca te han hecho sentir así —susurró, inclinándose sobre ella, su aliento caliente en su oído—. Porque nunca te han tomado como algo suyo.
Ángela no pudo evitar gemir. Era verdad. Lucas siempre había sido cuidadoso, casi inseguro. Pero Jordan no pedía permiso. No necesitaba ser guapo para saber exactamente cómo hacerla sentir.
Y cuando comenzó a moverse con más fuerza, Ángela entendió algo que nunca antes había considerado: el placer no tenía que ver con lo que veías, sino con lo que sentías.
Y en ese momento, sintió más de lo que jamás había imaginado.
El aire en la habitación era denso, cargado con el aroma del sexo y el sudor que se pegaba a sus pieles. Jordan no daba tregua, cada embestida suya era más fuerte que la anterior, como si estuviera reclamando cada centímetro de su cuerpo con una ferocidad que Ángela nunca había experimentado. Sus manos, que antes parecían torpes, ahora la sujetaban con una seguridad que la hacía sentir pequeña, vulnerable, y a la vez increíblemente viva.
—Así… así… —murmuraba Jordan entre dientes, mientras sus caderas chocaban contra las de ella con un ritmo que hacía temblar la mesa bajo su peso.
De repente, inclinó la cabeza y hundió los dientes en el hombro de Ángela, no lo suficiente para romper la piel, pero sí para dejar una marca roja y ardiente. Ella gritó, pero no de dolor, sino de una excitación que la tomó por sorpresa.
"¿Por qué esto me prende tanto?"
Jordan no le dio tiempo de analizarlo. Con una mano libre, le dio una nalgada fuerte, el sonido seco resonando en la habitación, seguido del ardor en su piel que se mezcló con el placer que ya la inundaba. Pero lo que realmente la dejó sin aliento fue lo que hizo después.
Con un movimiento rápido, Jordan escupió.
El fluido cálido golpeó su mejilla, resbalando lentamente hacia su barbilla. Ángela parpadeó, aturdida, sintiendo una mezcla de vergüenza y algo más, algo oscuro y prohibido que hizo que su estómago se contrajera de deseo.
"Esto es asqueroso… entonces ¿por qué no puedo evitar mojarme más?"
Jordan la miró fijamente, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de lujuria y dominio.
—Te gusta, ¿eh? —preguntó, su voz áspera, mientras usaba el pulgar para esparcir su propia saliva por su rostro—. No sabías que eras tan puta, ¿verdad?
Ángela no respondió. No podía. Porque en ese momento, con su cara manchada, su cuerpo usado y su mente nublada por el placer, se dio cuenta de que él tenía razón.
—J-Jordan… estoy por acabar—gimió, sus uñas clavándose en sus brazos.
Pero él, una vez más, se detuvo.
—No —dijo con firmeza—. Mírame. Mírame a los ojos cuando acabes.
Ángela, temblorosa, obedeció. Abrió los ojos, encontrándose con su mirada, y en ese momento, Jordan volvió a empujar, esta vez con una fuerza que la hizo gritar.
Fue suficiente.
El orgasmo la golpeó como una ola, sacudiéndola desde los dedos de los pies hasta el cuero cabelludo. Su cuerpo se arqueó, sus músculos se tensaron, y por un instante, todo lo que existió fue el placer puro y crudo que Jordan le estaba dando.
Y entonces, él también llegó al límite. Con un gruñido bajo, se hundió en ella una última vez, su cuerpo convulsionando mientras la llenaba.
Quedaron ahí, jadeando, sus cuerpos pegajosos y exhaustos. Jordan se retiró lentamente, y Ángela sintió cómo su cuerpo respondía, tembloroso y sensible.
Él se ajustó la ropa, mirándola con una expresión que ya no era de lujuria, sino de algo más… calculador.
—Si quieres volverme a ver —dijo, mientras ella todavía intentaba recuperar el aliento— será en mis términos.
Y con eso, Jordan se fue, dejando a Ángela tirada sobre la mesa, su cuerpo marcado, su mente confundida.
El sonido de la puerta cerrándose fue lo que finalmente la sacó de su estupor. Se incorporó con dificultad, sintiendo cómo su cuerpo protestaba por cada movimiento.
"¿Por qué me dejé romper el culo por ese feo?"
Pero incluso mientras se lo preguntaba, su piel todavía ardía donde él la había tocado, y su respiración aún era irregular.
Y supo, en algún lugar profundo de sí misma, que esto no había terminado.
Continuara...

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