Capitulo 5 - fin
El séptimo amanecer encontró a Elena durmiendo en la perrera de Max, su cuerpo desnudo enroscado contra el calor peludo del pastor alemán. Ya no se despertó sobresaltada por los ruidos del garaje. Ya no temblaba cuando la cadena del collar rozaba el suelo de cemento.
Miguel abrió la puerta con el pie, llevando dos cuencos idénticos en las manos.
—Frühstück —anunció en el mismo tono que usaba con Max.
Elena salió gateando antes de que terminara la palabra, al mismo tiempo que el perro. Ambos se sentaron en posición idéntica: patas delanteras rectas, traseras dobladas, lengua ligeramente fuera.
Laura entró con una cámara profesional.
—Hoy documentamos tu transformación final —dijo, enfocando el lente en la escena—. Sonríe, perra.
El taller olía a metal caliente cuando Miguel sacó la herramienta especial del estante. Elena lo había visto usarla antes para reparar cercas, pero ahora brillaba bajo la luz fluorescente con un nuevo propósito.
—Knie —ordenó en alemán.
Elena se arrodilló frente a él, sintiendo cómo el frío del suelo se transmitía a sus huesos. No necesitó que le indicaran inclinar la cabeza hacia adelante; la curva de su nuca era ya un gesto automático de sumisión.
El sonido del punzón perforando el cuero de su collar resonó como un disparo en el garaje. Miguel ajustó la hebilla hasta que quedó fija, imposible de quitar sin herramientas.
—Eigentum —susurró, pasando el pulgar sobre la placa que ahora rezaba "Propiedad permanente de L&M".
Laura roció perfume caro sobre las muñecas de Elena, luego las frotó detrás de sus orejas como si marcara territorio.
—Hueles como nosotros ahora —comentó—. Ya no hay rastro de ese perfume de abogada pedante.
La Prueba del Espejo
El vestidor de Laura tenía un espejo de cuerpo entero donde Elena no se había permitido mirarse en días. Ahora la obligaron a pararse frente a él, con Max a su lado.
Las diferencias eran reveladoras:
Max: Pelaje brillante, Orejas alertas, Cola erguida, Ojos orgullosos. Elena: Marcas de correa en cuello y cintura, Pelo grasiento por días sin champú, Cola postiza sucia por el parqueMirada baja, pero... tranquila.
—¿Ves? —Laura le agarró la barbilla—. Hasta físicamente te pareces más a él que a tus viejas amigas humanas.
Miguel colocó un bozal decorativo en Max y uno idéntico —pero funcional— en Elena.
—Prueba de fuego —anunció—. Saldremos a la calle. Tú decidirás si eres humana o mascota.
El Paseo de la Decisión
El barrio residencial estaba tranquilo a esa hora. Caminaron en formación:
Miguel liderando con la correa de Max. Laura detrás, sujetando la de Elena. Max trotando con orgullo. Elena gateando, pero... diferente.
Algo había cambiado. Sus movimientos ya no eran torpes. Sus caderas se balanceaban con un ritmo natural, sus palmas apenas rozaban el pavimento. Cuando un vecino los saludó, instintivamente escondió la cara tras las piernas de Laura, igual que Max hacía con Miguel.
—Buen perro —susurró Laura, rascándole detrás de la oreja como a Max—. Buena perra.
El Regalo de la Noche
El garaje estaba iluminado por velas cuando regresaron. En el centro, un cojín de terciopelo negro esperaba junto a la perrera de Max.
—Elige —dijo Miguel, señalando ambos lugares—. Última decisión libre.
Elena miró el cojín (duro, pero elevado del suelo). Miró la perrera (cálida, familiar).
Sin una palabra, se acercó a Max y se acurrucó a su lado, enterrando la nariz en su pelaje.
Laura asintió, satisfecha. Sacó una jeringa con líquido rojo.
—Refuerzo de obediencia —explicó mientras inyectaba el tinte seguro para piel en las encías de Elena—. Para que tu sonrisa siempre muestre que eres nuestra.
El sabor a hierro llenó su boca. Cuando sonrió ante el espejo, sus caninos parecían más rojos, más afilados.
El Ritual Final
La jaula ya no estaba en el garaje. En su lugar, había dos camas idénticas: Para Max: De felpa azul con su nombre bordado. Para Elena: De cuero negro con su placa grabada.
Miguel les sirvió la cena en cuencos gemelos:
—Guten appetit.
Mientras comían, Laura pasó un cepillo por el pelo de ambos alternadamente, murmurando elogios en alemán.
Cuando terminaron, Elena hizo algo que nunca antes había hecho: lamió la mano de Miguel espontáneamente, luego se recostó contra sus pies, buscando calor.
—Ausgezeichnet —susurró él, rascando ese punto mágico detrás de sus orejas que hacía que su pierna pateara de placer—. Meine perfekte Hündin.
En ese momento, bajo las estrellas que se filtraban por la ventana del garaje, Elena comprendió la verdad más liberadora: Nunca había sido tan libre como ahora, cuando ya no tenía que decidir.
Epílogo: La Abogada que Nunca Regresó
El lunes siguiente, el bufete Martínez & Asociados recibió una carta de renuncia escueta. En el parque, los vecinos comentaban sobre la nueva mascota exótica de la pareja del número 224.
Y en el garaje, bajo la luz del atardecer, dos criaturas de pelaje dorado dormían entrelazadas, iguales en rango, en propósito, en amor.
FIN.
(Es mi primera historia, dejen un comentario si les gusto o no)
PREGUNTA IMPORTANTE: ¿les gustaría ser una mascota? Se que es una fantasía que muchos y muchas tienen.

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