Capítulo 1 - El Despertar de la Sumisa

 El reloj marcaba las 11:43 PM cuando Elena Martínez apagó por tercera vez la notificación de su correo electrónico. Su apartamento en el piso 21 del distrito financiero estaba en completo silencio, solo roto por el leve zumbido de su laptop y el sonido distante de sirenas en la calle. Las luces de la ciudad titilaban a través de los ventanales, proyectando sombras sobre los documentos legales esparcidos en su mesa de vidrio. 





"Contrato de adquisición - Revisión final" rezaba el archivo abierto. Llevaba seis horas seguidas analizando cláusulas, pero las palabras comenzaban a bailar frente a sus ojos. Se masajeó las sienes con dedos que olían a café barato y tinta de impresora. Su cuerpo, vestido todavía en el traje chaqueta azul marino que había usado en el tribunal esa mañana, estaba tenso como un resorte. 


Un dolor sordo palpitaba entre sus piernas. No era fatiga. Lo reconocía demasiado bien, Elena cerró los ojos y dejó que su mano derecha se deslizara bajo la falda de su traje, sintiendo la humedad a través de la seda de sus bragas. "No, no otra vez", pensó, pero sus dedos ya estaban aplicando presión exactamente donde su cuerpo la exigía. 


El apartamento olía a limón recién pulverizado y a las velas de jazmín que quemaba religiosamente cada noche. Elena se despojó de su ropa con movimientos mecánicos: primero los zapatos Louboutin, luego el blazer con el emblema dorado del bufete, finalmente la blusa de seda que costaba más que el sueldo semanal de su asistente. 


Se miró en el espejo de cuerpo entero de su dormitorio. Veinticinco años. 1.68 de altura. 56 kilos. Caderas estrechas, pechos pequeños pero firmes, pezones rosados que se endurecían al menor contacto. Muslos que conservaban la marca de las medias que había usado por doce horas seguidas. 


Su mano izquierda pellizcó un pezón mientras la derecha trabajaba entre sus piernas con precisión legal. 


"Caso Cerrado vs. Estado - Apelación" 

"Fusiones corporativas - Due Diligence" 

"Reunión con el socio senior - 8 AM" 


Los pensamientos laborales se mezclaban con las imágenes que su cerebro conjuraba: manos fuertes sujetando sus muñecas, una voz grave ordenándole arrodillarse, el frío metal de un collar cerrando alrededor de su garganta. 


El orgasmo la golpeó como una ola, dejándola jadeando contra el espejo empañado. Fue en ese momento de vulnerabilidad post-clímax cuando su iPhone resplandeció con una notificación de Instagram. Una publicidad: "PetLink - Conectamos amos con mascotas responsables" 


La imagen mostraba un collar de cuero negro sobre una almohada de terciopelo. Elena hizo clic casi por reflejo. La aplicación se descargó en segundos. El proceso de registro era ominosamente simple: 


"Rol: ( ) Amo ( ) Mascota" 


Su pulgar flotó sobre la pantalla antes de seleccionar la segunda opción. 


"Nivel de experiencia: ( ) Principiante ( ) Intermedio ( ) Avanzado" 


Eligió "Principiante", pero luego lo cambió a "Intermedio" después de recordar todas las veces que había fantaseado con esto en la ducha. 


"Límites:" 


Aquí titubeó. Marcó "No daño permanente", "No marcas visibles", y "No terceras personas" - luego borró este último. 


El perfil de Laura_y_Miguel apareció en primer lugar en sus recomendaciones. 


"Pareja dominante con 7 años de experiencia buscando mascota humana para entrenamiento intensivo. Preferimos profesionales que necesiten desconectar. Jaula, correa y disciplina garantizadas." 


Las fotos mostraban: Un garaje convertido en espacio de entrenamiento, con una jaula de tamaño humano. Un par de botas negras de cuero junto a un cuenco de acero inoxidable con la palabra "Perra" grabada. Una mano masculina sujetando un collar con una placa que brillaba bajo la luz: "Propiedad de L&M". 


Elena sintió cómo su pulso aceleraba. Antes de que pudiera pensarlo mejor, ya había enviado un mensaje: "Hola. Soy Elena, abogada. Nunca he hecho esto, pero... creo que necesito intentarlo." 


La respuesta llegó en menos de un minuto: "Si buscas un juego de fantasía, no somos para ti. Aquí se viene a obedecer. ¿Entiendes, perra?" 


El lenguaje directo le provocó un escalofrío que recorrió su columna vertebral. Sus dedos temblaron sobre el teclado antes de responder: "Entiendo. Quiero probar." 


"Envíame una foto. Ahora. Sin ropa. De rodillas." Elena miró alrededor de su apartado vacío como si alguien pudiera estar observando. Luego, con movimientos rápidos, colocó el teléfono en el soporte de su mesa de noche y activó el temporizador de la cámara. 


Se arrodilló sobre la alfombra persa de su dormitorio, sintiendo la lana áspera contra su piel. Cruzó las manos tras la espalda en lo que esperaba fuera una pose sumisa aceptable. El flash se disparó. 


La imagen que resultó la hizo contener la respiración: su piel pálida contrastando con la alfombra roja oscura, sus pezones erectos, sus ojos verdes inusualmente vulnerables. 


Antes de que pudiera arrepentirse, la envió. 


La respuesta fue inmediata: "Dirección: Calle Olmo 224. Mañana a las 8 PM. No comas después del mediodía. Trae solo lo que puedas llevar puesto. No necesitarás tu teléfono. "Elena dejó el dispositivo sobre la cama como si le hubiera quemado. Su corazón latía tan fuerte que podía sentirlo en sus sienes. 


El día siguiente en el bufete fue un tormento. Durante la reunión matutina con los socios, mientras discutían estrategias para un caso de fraude corporativo, su mente vagaba hacia la jaula que había visto en las fotos. 


"Martínez, ¿estás con nosotros?" El socio senior, Don Ramírez, la miraba con ceño fruncido. 


"Sí, claro. El artículo 234 del código mercantil establece..." Logró salir del paso, pero sus palmas estaban sudorosas. A la hora del almuerzo, rechazó la ensalada César que le ofrecieron en el comedor ejecutivo. "No comas después del mediodía", había dicho el mensaje. 


A las 6:30 PM, ya en su apartamento, se duchó con agua tan caliente que dejó su piel enrojecida. Se secó meticulosamente, aplicó loción en cada centímetro de su cuerpo, y luego se quedó paralizada frente a su armario "Trae solo lo que puedas llevar puesto." 


Al final, eligió ropa sencilla: jeans oscuros, una blusa holgada de algodón blanco, zapatillas deportivas. Sin ropa interior. La idea la hizo estremecerse. A las 7:15 PM, llamó un Uber.


La casa en Calle Olmo 224 era más grande de lo que esperaba: una estructura moderna de dos pisos con un jardín meticulosamente cuidado. Las luces estaban encendidas. 


El corazón de Elena latía con tal fuerza que temió que el conductor del Uber lo escuchara. "¿Segura que es aquí?" preguntó el hombre, mirando la casa con recelo. 


"Sí, gracias." Pagó con la aplicación y salió del auto antes de que pudiera cambiar de idea. El camino de piedra crujió bajo sus zapatillas mientras se acercaba a la puerta principal. 


Antes de que pudiera tocar el timbre, la puerta se abrió. Miguel era más alto de lo que parecía en las fotos, al menos 1.90, con hombros anchos y brazos tatuados que tensaban la manga de su camiseta negra. Sus ojos oscuros la escudriñaron de arriba abajo. 


"Ah, la abogadita", dijo con una sonrisa que mostraba dientes perfectamente blancos. "Entra." 


El interior olía a madera pulida y a algo más profundo, más animal. Miguel la guió a través de un pasillo iluminado por luces tenues hasta una puerta metálica. "Laura está esperando." 


Cuando la puerta se abrió, el garaje convertido en espacio de entrenamiento se reveló en toda su gloria: Una jaula de acero inoxidable de aproximadamente 1.5m x 1m, con una manta gris en el fondo. Una estantería con diversos artículos: correas, cepillos, cuencos de acero. En el centro, Laura, vestida de cuero negro desde los tobillos hasta el cuello, con un látigo en una mano. "Elena", dijo, como si estuviera probando el nombre. "Quítate la ropa." 


Continuara... 

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